lunes, 25 de junio de 2012

Comentarios sobre los libros de Óscar Efraín Herrera

Van a continuación algunos de los comentarios que generosamente han expresado varias personas sobre mis tres últimos libros: La luz y el muro, Arista y Atajos, entre agosto de 2009 y junio de 2012. A continuación "Centinela de la palabra, de Armando Joel Dávila:

Centinela de la palabra / Armando Joel Dávila

Me parece entonces que no estoy en mi casa, ni ante mi casa, sino ante mí mismo, ante un yo mismo durmiendo, y que tengo a la vez la dicha de soñar profundamente y de velar por mí como un centinela.
Franz Kafka
Después de varias lecturas de la obra poética de Óscar Efraín Herrera, sus tres libros a la fecha publicados: La ganancia y la pérdida de 1992, Camino hacia mis huesos de 1997 y Cicatriz sin orillas de 2007, aparece este nuevo libro que hoy tengo la fortuna de presentar ante ustedes, La luz y el muro, editado por la Editorial Aldus y la UANL, libro que encierra un trabajo muy arduo de parte del poeta que hay en Óscar, puesto que una parte de sus textos han aparecido en sus anteriores libros, los cuales han sido mejorados, pulidos y más unitarios, apegados a los versos tradicionales, que a la prosa poética, que había utilizado en el libro Camino hacia mis huesos.

La materia poética de La luz y el muro tiene varias coordenadas, por un lado, el lado íntimo del autor, esa voz que habla en voz baja, pero dice verdades pesadas, que no deja de confesar su agonía, esa lucha, que los griegos se vanagloriaban en reconocer como el más alto valor del ser humano. Óscar ha enfrentado una lucha consigo mismo para fortalecer su poesía, posee un olfato especial para ubicar lo poético en autores tan dispares como Eliot o Jabès.

En el primer apartado del libro titulado La luz y el muro aparecen una serie de poemas con la misma temática: el enfrentamiento del yo lírico ante la soledad, el tiempo, el frío, la locura, el aburrimiento. En donde el poeta se vale de la palabra muro para dar su versión de los hechos. Encuentro semejanza bastante familiar con la visión de Franz Kafka, cito:

—¡Bien el mundo se hace más estrecho cada día! Era tan grande antes que tuve miedo, corrí y estoy contento, al fin, de ver por todas partes surgir muros sobre el horizonte, pero estos largos muros corren tan de prisa uno al encuentro del otro, que heme aquí ya en la última pieza, y veo allá abajo la trampa en la que voy a caer irremediablemente.

En su primer libro aparece el tema del muro, pero como elemento de reconstrucción de su infancia, así dice en el poema «Casa de las Palomas»:

No duermo. Miro las horas como quien mira un muro.
¿Hace cuánto tiempo que ese muro me separa del verdadero tiempo?
Ayer era un vago, ahora soy un apéndice del viento.
Vuelo, no tengo voluntad, mi sombra se arrastra en el charco donde quedaron mis alas.
Casa de las Palomas, repite mi nombre,
déjame oír tu voz de espejo, abre tu garganta.
Ya no llueve. Sigo en un laberinto de escaleras.

En el presente libro la palabra muro se ha convertido en símbolo, es el tiempo, el límite, la muerte, la soledad, espejo, su memoria, es testigo de su vida espiritual, es el signo de la corrosión y de la herrumbre o, como dice Fernández Granados, de la entropía de las cosas. El muro es un elemento poético que se repite en sus cuatro libros, pero es en éste donde alcanza su madurez expresiva. Además el poeta abandona el verso prosístico para buscar la economía del lenguaje, usa el verso de once y siete sílabas, con un ritmo melódico más o menos uniforme. Logra en lo ceñido del verso ofrecernos mejores contenidos semánticos. Esta parte del libro es la más conmovedora y la más valiente, porque se confiesa y arriesga sus quejas y sus íntimas verdades. Que por lo general los poetas encubren con artificios y recursos retóricos, Óscar se desnuda y nos entrega una versión límpida y transparente de su conciencia. El poema «Canto a la hermandad del vaho» es el ejemplo más acabado de su falibilidad y de su desesperanza, pero no por eso, deja de ser tremendamente poético y emotivo:

Amo la lluvia, la hermandad del vaho
que me permite andar la calle sin ser visto.
Amo las plazas donde nadie juega,
con poca sombra pero mucha hojarasca.

Admiro la mansa culpa de mi perro,
su rabioso cariño, su pereza.
Admiro lo que no soy, lo que no fui, lo que pudiera ser.
No digo más, hacerlo me haría volver al principio.

La segunda coordenada del libro, es por la forma de escritura y trabajo, un reto que el poeta se propuso realizar, en base a su lucha con la brevedad y la fuerza de la palabra. Así la sección "Expolios", 'Panteón de gobernantes', reúne una serie de poemas breves de sátira política muy ad doc con nuestro medio castigado por políticos sin escrúpulos. No hay que olvidar que Óscar ha combinado su oficio de poeta con el de periodista, y ha sido un gran observador del ambiente social. El epigrama como medio de expresión nos llega de Grecia y posteriormente pasa a Roma, donde fueron Catulo y Marcial quienes lo llevan a su máximo desarrollo y calidad. En nuestro tiempo, los poetas lo han visto como una piedra de toque, una prueba difícil de pasar. Puesto que en el epigrama se requiere brevedad y agudeza.

Originariamente, como es bien sabido, el epigrama no era sino cualquier inscripción sobre objetos, ofrendas, tumbas, monumentos o edificios públicos, en los que se recordaba al propietario, al donante, a la persona a quien se le ofrecía o se expresaba simplemente un breve mensaje.

Luego, con Catulo, el epigrama se torna breve e intenso, era la forma como el poeta expresaba sus sentimientos más íntimos, sus gustos y sus pasiones, siguiendo la tradición helenística de expresar en pocos versos, cuidadosamente elaborados, el intimismo que no tenía cabida en las formas rígidas e impersonales de los géneros mayores. Claro está que en Catulo el epigrama expresa unos sentimientos, gustos y experiencias personales que no se conocían en el epigrama griego. Y por otro lado, el epigrama sirve a Catulo como medio, crudo y realista, de atacar a sus enemigos siguiendo la tradición itálica de escarnio e invectiva.

Partiendo de esa premisa, Óscar Efraín Herrera experimenta con esa fórmula y nos entrega esa serie de veintiocho poemas que, después de varios años, quizá catorce, están aquellos que resistieron la fuerte autocrítica del autor, y el riesgo de que no cayeran en el lugar común.

Citaré dos poemas que me parecen representativos de este estilo que nuestro autor trabajó con tanto entusiasmo.

Antes de los cincuenta
dejó el presidium
y subió al patíbulo.
Siempre arriba,
siempre temido.

Sin valor y sin luchar
logré lo que todos aspiraban.
Me piden consejos,
temo confundirlos
pero, sorprendentemente,
entre más callo
más admiran mi silencio,
más me quieren.

La última de las secciones de epigramas llamada "Apuntes del espía", es donde el poeta profundiza más en su sofocante pasado, donde describe su mundo íntimo e inmediato, y nos ofrece la acidez y el desencanto de la realidad que le ha tocado vivir. Así nos dice en el texto:

Reniego de la democracia,
no puedo elegir vecinos ni cartero,
ni sé cuándo atacará
ese eficiente empleado municipal,
que siempre atina a poner la infracción
cuando vence el tiempo del parquímetro.

La sección "Cicatriz sin orillas" pertenece al libro anterior, publicado por Editorial Diáfora, y es por su estirpe y aliento, lo más sentido de lo últimamente escrito, está pleno de afanes y visiones hondamente sentidas.

Miré una cicatriz
y dije llanto
como si fuera mío
el dolor que miraba.

Era una cicatriz sin orillas
esperando, quizá, un testigo
para mostrar su danza rugosa.

Miré en la cicatriz el llanto
que escondo desde la infancia.
Un llanto sin dolor
como un río sin agua.

Quiero aventurar un juicio, en relación a la poesía de Óscar Efraín Herrera, en otro tiempo dije que el poeta se buscaba, creo que la madurez ha llegado a su poesía, su trabajo incansable en talleres nacionales y locales lo hacen ser maestro de los jóvenes, no en vano ha obtenido becas y reconocimientos, también ha sido un quijote del periodismo y de las revistas locales. Su trabajo editorial silencioso, pero sin pausa, nos ha hecho reconocer que con poco presupuesto se puede hacer mucho. Pero lo invaluable que hay en Óscar, aparte del poeta, es el amigo generoso, desinteresado, el compañero de la cerveza, de la música y de la belleza, el curioso incurable, el que dice en unos de sus poemas:

No soy el papel ni la tinta,
sino la escritura.

No la mano ni la palabra,
sino el saludo.

No el fuego ni la brasa,
sino la ceniza que canta.

Agosto de 2009